La mujer yacía exhausta y sucia,
empapada como cartón mohoso, abandonada cual muñeca rota en la oscuridad del
callejón. Con sus ropas raídas y su carne amoratada, sus medias rojas de red
rotas, la pintura de sus uñas corroída, uno de sus vertiginosos tacones
quebrado, la minifalda de cuero rasgada, las joyas baratas que antes pendían de
sus extremidades, desaparecidas. Escuchó sus propios lastimosos gemidos y se
estremeció. Era como si los sintiese en su alma, regurgitando de lo más hondo
de su ser, aun cuando no había ordenado a su garganta que los
pronunciase.
Volvió a mirarse en el charco, y
nuevamente, el reflejo del agua estancada no se correspondió con la realidad que
percibía desde su perspectiva. Sus ojos, que sentía quebrados y hundidos, ahora
eran altivos y brillantes, capaces de desafiar al mundo y erigirse en su diosa.
Tras ellos había una mujer ricamente vestida y ataviada, adornada con carísimas
joyas, maquillada y peinada como una reina. Sus elegantes ropas resaltaban
incluso entre la suntuosa multitud que también se agolpaba en la calle ante la
ópera.
Entonces, el pavimento encharcado
devolvió a la mujer a la realidad, al soporte del brazo de su acompañante, a su
vida de lujo y alta sociedad. En el instante en que se adentró en el hall y
volvió a recibir las halagadoras miradas se olvidó de la visión del charco,
pero en su interior algo había cambiado: por primera vez se sintió
agradecida por lo que tenía, y temerosa por la facilidad con la que podía perderlo.
Horas más tarde, cuando abandonó la
opera, siguió andando decidida, con la mirada alta y pasos firmes hasta
internarse en su limusina al abrigo de la lluvia, que seguía encharcando la
calle. Nunca más volvería a mirar su
reflejo en un charco. Una vocecilla burlona se reía victoriosa en sus adentros,
felicitándose por haberle enseñado al fin aquella valiosa lección a una mujer
que siempre lo había tenido todo: nunca ha de darse nada por sentado, ya que
cualquiera puede llegar a futuros totalmente opuestos tan solo tomando una mala
decisión en la vida.
Melina V.D.
Bonito y muy metaforico...mi limousina...mi furgon, mis joyas...mi familia, mi mejor vestuario...mis botas de montania, mis perfumes...tomillo romero los pinos y la sal del mar, mi mayor riqueza...sin duda...mi corazon.
ResponderEliminarAsí habla un espíritu libre. Más naturaleza y menos cemento. No cambies. Besos.
ResponderEliminar